Entre llanto, lágrimas y gritos la miraba
En su lecho, ahí estaba desnuda y sin
Aliento.
Pálida y fría como el invierno mismo, sin voz
Y con su mirada al cielo contemplando el infinito,
Esta vez no me escuchó, por más que grité
A sus oídos que no se fuera.
Traté mas no hubo manera, de que su rostro volteara
Hacia mí, y fue así como se marchó, sin decir adiós
Y sin darme cuenta la perdí.